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domingo, 30 de enero de 2011

Si yo fuera rico

Pienso en la metáfora del dinero. En los deseos, la necesidad, la angustia y/o el placer detrás del dinero.

En 1970, una mielcita, un sachecito de miel del tamaño de un raviol, valía 5 pesos. Una moneda plateada, con una fragata. Las vendía don Bueno. El abuelo de Rodrigo.
En 1985, Diego tenía 3 años y escuchó a sus papás comentar preocupados que quedaba un solo billete (de lo que ahora serían 100 pesos) hasta fin de mes. Minutos después Diego se acercó, abrió el puño y mostró orgulloso: “Hice mucha plata”. Había partido el billete único en ocho pedacitos. Mago.
En 1989, cuando se desató la hiperinflación en Argentina, una etiqueta de Marlboro costaba ¡15 mil pesos! ¡Diablos!
En 1997, la desocupación se hizo sentir en una clase media. La cosa estaba complicada y la alacena vacía. Paco dijo: “¿Y si vamos al súper? No tengo plata, contestó su madre. Paquito replicó: “No importa, ¡pagás con la tarjeta!”. Tesoro.
En 2001, la Municipalidad de Córdoba pagó a sus contratados tres sueldos atrasados con bonos que parecían billetes de El Estanciero. No servían para comprar nafta, ni para pagar créditos. Servían para comprar dinero en la calle Rivadavia: 100 bocones, 70 pesos. Se compraba un montoncito de plata que no alcanzaba para mucho y la canasta familiar se salvaba gracias al don Luis que en cada barrio “fiaba”, “vendía suelto”, y “anotaba”. Santos.
Una vez conocí a un tipo que tiene una fortuna personal de 7 mil millones de dólares. ¿O eran 700 millones? Tengo que decir que para mi modesta aritmética, pasados los 5 ceros no comprendo mucho. ¿Cuántos billetes son 700 millones? ¿Cuánto miden? ¿Dónde están guardados? ¿Existen? No importa. El punto es que el señor –que es un tipo brillante, sobrio y amable– dijo que quería comer asado argentino. Eran las 7 de la tarde. Contesté que bueno, que a las 10 iba a estar listo. Un asistente dijo que a las 8. Dije que a las 8, hamburguesas. Que asado, a las 10. El asistente insistió malhumorado. Me acerqué al millonario amable y le expliqué que el asado se hace con brasas, que las brasas con carbón y fuego, y que todo arde con papeles. Pero que aunque pudiéramos usar el papel de todos los billetes que suman 700 millones, el fuego, que es fuego y no entiende de dinero, no se apura. Que había que esperar. Se rió, se comió feliz una cajita, y se fue a dormir. Pobre.
De todo esto me acuerdo mientras veo en la tele gente haciendo cola para entrar a cajeros en los que seguramente no habrá billetes. Las puteadas usuales remiten fugazmente al dinero que los bancos se acorralitaron. Ladrones. Pero, verdaderamente, no pienso en dinero. Pienso en la metáfora del dinero. En los deseos, la necesidad, la angustia y/o el placer detrás del dinero. Y en cómo decir algo real sin caer en el lugar patético y falaz de la ecuación dinero/felicidad. Mielcita, fragata. Necesito efectivo. Agarro la Banelco y camino al cajero pensando en cómo sería el mundo si el señor del los 700 millones hubiera conocido la mielcita de don Bueno. Sonrío. Y canturreo: “ If I were a rich man...”.  ♦ La voz del interior, Domingo 30 de enero de 2011 Por Gabriela Borioli.

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